Angeles Jorreto, todo un cúmulo de sensaciones.

La pintura de Ángeles Jorreto provoca un cúmulo de sensaciones inesperadas  en el espectador. Sugerente y nada explícita salvo en sus excepcionales composiciones urbanas, la delicadeza extrema en el tratamiento de los matices del color y el abandono casi absoluto del encorsetamiento del dibujo da una sensación etérea muy difícil de conseguir, en el que el componente  onírico está muy presente. La sensación de intangibilidad personaliza de forma muy acusada el conjunto de su obra. 

Cultiva diferentes géneros como el paisaje, retrato y  la abstracción, y  es difícil decantarse por alguno en el que la artista ourensana sobresalga más, dada la elevada calidad de la ejecución.  Y más cuando elige grandes formatos en los que la plasticidad de la artista es tan manifiesta.

En sus obras casi monocromas, sabe jugar como pocos pintores con la multiplicidad de las gamas del color, imposible no  percibir lo sobresaliente de sus grises , y  pese a adscribirse en la pura abstracción, huye de composiciones formales geométricas que pudieran  poner límites a su expresión. Tampoco incide en las líneas ondulantes…  Todo lo construye con trazos aparentemente espontáneos e inconexos con los que consigue obras de incuestionable belleza.

Cuando apuesta por el color, su paleta es limitada pero de una gran  intensidad, sobre todo cuando maneja  gamas rojizas y unos personalísimos azules  que destacan con luz propia en sus asombrosos  siluetados urbanos.

Sus genéricos y anónimos retratos son quizás la parcela pictórica en la que la artista se muestra más identificable. Su gran delicadeza les confiere una sobria elegancia  destilando por ello una exultante  impronta de feminidad.  Sus rasgos indefinidos confieren a sus seres una  sensación de  eternidad e intemporalidad con la virtud que pese a lo anónimo de sus rostros físicos son potentemente expresivos. 

Sugerencia, exultante belleza, personalidad, onirismo, feminidad, intemporalidad … todo un cúmulo de sensaciones a través de la obra de Angeles Jorreto.

Por María Fidalgo Casares, Doctora en Historia, Escritora y Crítica de Arte.